Todavía recuerdo mi primer viaje a Formentera cuando tenía 25 añitos. Un destino que me acabaría marcando para siempre. Y es que pensaba que había visto las mejores playas del Meditarráneo, pero todo cambió cuando recalé en la costa de esta isla y quedé prendado de su arena blanca y ese azul turquesa que tanto gusta ver en las fotos de playas paradisíacas.

Fue entonces cuando empecé a interesarme por la náutica. Ver todos aquellos veleros fondeados en un entorno tan mágico me impactó y me prometí a mí mismo volver a Formentera pero esta vez disfrutando de la isla desde el mar, pasando el día recorriendo sus rincones y pasando la noche es sus fondeaderos.

Y entonces ocurrió. Bastante tiempo después y con muchas millas de experiencia a mis espaldas, llegó el momento de juntar un buen número de «grumetes» para hacer uno de los viajes más impresionantes que mis amigos y yo hubieramos hecho jamás.

Nos citamos Alberto, Javi, Joshua, Ernes, Jose, Gerard y yo, a media tarde, en la Marina Badalona para partir con un Beneteau 40, un velero de 12 metros de eslora de la empresa de charter Yates BCN. Ya embarcados, nos esperaba un parte meteorológico favorable para toda la semana y nada más levar el ancla contábamos con un buen Garbí ( viento térmico ) que nos llevaba de través, rumbo 180º, hasta la Isla de Dragonera.

Siempre recordaré la emoción que sentí cuando navegaba de madrugada sin ver costa ni nada a mi alrededor. Esa sensación en la que crees que no existe nada más que tú, el barco y el cielo más estrellado que jamás podrías llegar a ver. Todavía me viene a la mente, después de estar dos horas de guardia, la imagen del Sol despertando en el horizonte. Ver como los colores del amanecer vencen a todo el cansancio y el desvelo merece la pena. Para mi estas son las partes mágicas de la aventura, porque aunque puede hacerse duro navegar durante 18 horas, esos momentos conectan con tu interior.

La vida a bordo es sencilla, entre las actividades/tareas: una siesta tras otra, disfrutar del sol, bajar a por comida, echar el ancla para un chapuzón… Para el patrón, además de todo eso, un poco de trabajo: tener un trimado de velas óptimo, atender la radio y los partes meteorológicos, tener algo de delicadeza con la rueda del timón en las maniobras de puerto, y lo más importante, velar por su tripulación.

En esta traversía visitamos la coste oeste de Mallorca, la coste sureste de Ibiza y nos quedamos sin llegar a Formentera por falta de días. Para aquellos que ya conozcáis las islas, creo que poco podré aportar a no ser que os hable de Cabrera una de las islas del Archipiélago balear que sólo es posible visitar en barco privado.

El Archipiélago de Cabrera dejó atrás su pasado militar para convertirse en Parque Nacional y así escapar de la especulación urbanística. En la actualidad la isla no está habitada pero tiene un pequeño embarcadero y un par de casitas.

La tranquilidad es abrumadora aunque es cierto que con nuestra llegada y nuestros berridos de becerro, esa paz desapareció unas cuantas horas.

Dicen que la náutica es un deporte elitista pero todo depende de cómo se mire. A bordo se vive, come y duerme compartiendo todos los gastos, al igual que el alquiler del barco, el pago de los amarres en puertos y el gasóil.

Por último, destacar que tengo amigos valientes y lo digo orgulloso porque más de uno no había pasado noche en un velero y mucho menos haciendo travesía; pero ahora más les estoy agradecido por disfrutar conmigo de esta experiencia inolvidable.

Y hasta aquí la experiencia. Si os ha gustado el post, síguenos y si te ha entrado el gusto por navegar, ¡síguenos también! 😉

Como dice el refrán marinero: Buen viento, buena mar y buena proa.

Categorías: Viajes

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